Oskar G.J.
En Morón, por la zona de la campiña sevillana, baladre es adelfa. La adelfa. Una planta dura o, como dirían hoy, con “alto nivel de resiliencia”. Vamos, que aguanta tela. Puede estar en la ribera de un río o en medio de la A92; con mucha agua o con casi ninguna; decorando grandes casas o dando color a algún descampado. Las hay solas y las hay muy acompañadas. Las hay con flores blancas, rosas, rojas… Mis favoritas son las de flores blancas.
La red Baladre que yo conocí casi en el cambio de siglo y milenio, y que de un modo u otro ha seguido estando presente en mi vida, tiene bastantes parecidos con la adelfa.
En muchos casos colabora para asentar el territorio, la comunidad, allí donde apenas florece algo; en otros casos se encuentra donde hay mucha agua, en ciudades, donde forma parte del paisaje indicando interiores menos favorecidos; en otros casos dota de color real mundos que se alejan de la vida, como pasa en general con el mundo editorial.
Como la adelfa, no le gusta destacar. Eso es algo, sin embargo, destacable en países que, como el mío, en demasiadas ocasiones las cosas se hacen para decir YO. Apenas he visto a Baladre sola en un papel diciendo esto lo hemos hecho nosotras.
Del mismo modo que la adelfa, apenas se nota hasta que deja de estar. Eso se llama valía, y no lo que marca un precio.
Y solo está si está para dar color al conjunto, aportar diversidad, cooperar desde la autonomía.
Para Oscar García Jurado la red Baladre es como las adelfas, y, más en concreto, como las verdes y blancas.